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Fundación Kiatt

Manuel Fuertes
CEO de Kiatt

¿Cómo está la tecnología transformando nuestra sociedad?

Reflexiones desde la Fundación Kiatt

Web
Medio de Prensa: La Razón

Fecha de publicación

08/12/2024

Versión online o papel publicada por el medio en su página web o tirada nacional

Manuel Fuertes, CEO de Kiatt
Manuel Fuertes
CEO de Kiatt

Con más de veinte años de experiencia con su family office, invirtiendo en la ciencia y en la tecnología más disruptivas del planeta, Manuel Fuertes está poniendo en marcha una fundación para promover la reflexión en el ámbito de la inversión, sobre el impacto del capital en la ciencia y la tecnología y las consecuencias de impulsar un progreso en el que inconscientemente se construya un mundo desnaturalizado, deshumanizado, “desespiritualizado” y totalmente sintético.

Con más de veinte años de experiencia con su family office, invirtiendo en la ciencia y en la tecnología más disruptivas del planeta, Manuel Fuertes está poniendo en marcha una fundación para promover la reflexión en el ámbito de la inversión, sobre el impacto del capital en la ciencia y la tecnología y las consecuencias de impulsar un progreso en el que inconscientemente se construya un mundo desnaturalizado, deshumanizado, “desespiritualizado” y totalmente sintético.

 

¿Por qué es necesario reflexionar sobre el papel del capital en la sociedad del futuro?

Desde la Revolución industrial, con su máquina de vapor y sus telares, hasta nuestros días con los últimos avances de la Inteligencia Artificial, la tecnología ha estado imbricada en nuestro progreso, transformando radicalmente la sociedad y cambiando el papel del ser humano. El progreso se presenta más impactante en algunas áreas de la ciencia donde estamos abriendo puertas que como humanidad no habíamos abierto en miles de años. Este es el caso de la esperanza de vida, que solo en el último siglo la hemos conseguido duplicar.

Sin embargo, estos progresos nos han hecho dar la espalda al mundo rural, desconectándonos de la naturaleza, de la biología, de cómo cuidamos del planeta, de nosotros y de los que nos rodean. Estamos en un mundo cada vez más tecnológico, más sintético, más desnaturalizado y donde estamos aceleradamente desafiando hasta a la misma naturaleza biológica del ser humano, poniendo en riesgo su dignidad.

Este avance imparable en el que estamos inmersos proyecta otra sombra alargada, y es que la tecnología comienza a permear todos los aspectos de nuestra vida. Un ejemplo son los móviles, que recaudan datos masivos sobre nosotros, digitalizando nuestra personalidad y poniéndola a disposición de empresas, gobiernos o la Inteligencia Artificial, que podrían incidir sobre nuestra opinión, hábitos de consumo o incluso nuestras creencias más íntimas. Vivimos un momento apasionante, pero no podemos obviar que el progreso es sólo una cara de la misma moneda, que lleva aparejados grandes desafíos.

 

¿La tecnología es perniciosa para la sociedad?

Rotundamente no. Sin investigación, ciencia y tecnología no podríamos habernos desarrollado como sociedad. Sin embargo, debemos analizar cuidadosamente el uso que damos a esa tecnología. No es lo mismo usar un cuchillo como utensilio para comer que para asesinar a alguien. También hay una responsabilidad de quién financia el acceso al cuchillo, no tiene el mismo efecto vendérselo a cocineros que repartirlos en el recreo de un colegio.

En los últimos años hemos presenciado el lanzamiento al mercado de incontables innovaciones tecnológicas, que en muchas ocasiones estamos adoptando antes de que las personas estemos preparadas. Y no me refiero exclusivamente al ámbito físico, sino a la mente, al ánimo, a las emociones, a la cultura e incluso a la espiritualidad. Simplemente hay que echar un vistazo a las cifras: más de una de cada 100 muertes hoy en día ya son por suicidio y, según la OMS, en el mundo sufren depresión alrededor de 280 millones de personas. Y no podemos olvidar una de las mayores pandemias silenciosas de nuestro tiempo: la soledad.

La tecnología, usada de manera intensiva y sin límites, presenta importantes retos que como sociedad debemos abordar con urgencia. ¿No te ha sucedido que pasas por la puerta de un colegio y los adolescentes no interactúan entre ellos? Están totalmente abstraídos por el móvil, los videojuegos y las redes sociales. Mediante este uso de la tecnología y la falta de regulación a la hora de adquirir datos de terceros, estamos digitalizando la personalidad de nuestros jóvenes, volviéndolos más vulnerables y anulando su capacidad crítica.

 

¿Qué consecuencias podría tener ese uso compulsivo de la tecnología?

Estoy convencido de que, en menos de 20 años, una importante parte de la población vivirá de forma parcial o casi total dentro de un mundo digital sintético y gestionado por la Inteligencia Artificial. De hecho, ya casi todos hacemos el trayecto de metro, o las colas de cualquier tipo, dentro de un mundo abstraído, solo hay que levantar la cabeza del móvil y ver al resto de gente a tu alrededor.

Solo una élite de personas contará con el juicio suficiente para no verse influida ni manipulada, para profundizar lo suficiente como para querer encontrar la verdad de los temas relevantes.

 

Ante este contexto, ¿qué podemos hacer?

Está claro que no podemos desacelerar estos avances que salvan vidas y sacan a personas de la pobreza. Hay que aprender a reflexionar, a diferenciar, limitar, regular y a buscar la verdad, aunque cueste más trabajo que ver un video de treinta segundos en las redes sociales. Hay que apoyar y concienciar a los usuarios, inversores, gestores, reguladores, emprendedores, universidades y grandes empresas tecnológicas. Todos estamos en esto.

Después de más de dos décadas invirtiendo en las mentes más privilegiadas de nuestro siglo, de ir de la mano de los más reconocidos emprendedores tecnológicos y de impulsar los más atrevidos descubrimientos científicos, me he dado cuenta de que el mercado solo sabe medir el impacto positivo de las inversiones, pero no hacemos un análisis complejo que tenga en cuenta todas estas variables, una reflexión a largo plazo, una evaluación de impacto neto pasado los años.

En este modelo de financiarlo todo, la inercia colectiva es cada vez más fuerte, rápida y automatizada. Se premian las tendencias marcadas por la percepción, prima lo sensible, aunque esté vacío en el plano inteligible o de rigurosidad científica, y prevalece la estrategia individualista por encima del bien común.

Frente a este desafío, la Fundación Kiatt es el paso natural en la historia de nuestra family office y en el sector financiero. Queremos crear un proyecto que invite a fomentar otros modelos de inversión, donde prime una financiación verdaderamente consciente y responsable que ayude a alinear un sano desarrollo científico y tecnológico con los resultados esperados por la industria financiera. Falta inversión en muchas áreas de la ciencia y queremos generar una mayor comunidad inversora con una mayor implicación y visión del impacto a largo plazo que produce nuestro sector.

A nuestro modo de ver, el capital necesita una reflexión más profunda, científica y analítica que la existente si queremos dejar un legado en el que la tecnología se use para un verdadero progreso en todas las dimensiones del ser humano.

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